Durante los últimos días
he visto en diversas fuentes la noticia que va desfilando por allí
sobre un estudio de la revista Nature (1) referente a la
sacarina (y otros edulcorantes artificiales) y sus efectos “no muy
healthies” por decirlo de alguna manera, que relacionan el
consumo de estas sustancias con modificaciones en la microbiota
intestinal (aquellos bichitos que según una marca mantienen nuestras
barrigas felices), y que pueden conducir a un aumento de peso,
dificultar el control de los niveles sanguíneos de azúcar y
aumentar el riesgo de padecer diabetes tipo 2. Es curioso como se dice en algunas fuentes de estas noticias que no
deben saltar las alarmas, pero si nos ponemos a leer es inevitable
sentir preocupación según cómo lo van comentando. Y lo peor de todo es que en ocasiones se puede inducir a error o generar falsas creencias.
Por una parte, no es
menoscabo destacar que el estudio ha sido realizado en RATAS; unos
animalitos que tanto uso tienen en el laboratorio y con una
superficie corporal muy distinta a la de un humano adulto, y con un
metabolismo muy diferente al nuestro, y que las dosis que se toleran
de una sustancia varían significativamente: es decir, si a las ratas
les damos las dosis que tolera normalmente un ser humano (cantidad
basada en la IDA o ingesta diaria admisible de cada sustancia) no es
de extrañar que algo malo les pase, ¿O alguien de nosotros ha
probado beber la cantidad de agua que bebe un elefante y ver qué tan
saludable es? Sí que es cierto que para poder hacer estudios en
seres humanos hay que pasar por una serie de ensayos previos en los
que se incluyen los estudios con animales, y pese a que en este mismo
estudio se realizaron pruebas en 7 voluntarios, es un número de
individuos que a nivel estadístico no es en absoluto significativo,
y que como bien otros han comentado, el efecto ha sido evaluado
durante un período muy corto (entre otros aspectos de diseño del
estudio) (2).
Según una de las
fuentes, uno de los investigadores encargados de susodicho estudio
respondió que no habían analizado la estevia y que no podían
especular sobre sus efectos en la flora intestinal, comentándose
luego que la estevia es un edulcorante de origen “natural” y la
sacarina y el resto artificiales (3): ¿Es posible que de alguna
manera también se esté intentando reforzar la fama de la estevia
frente a los otros edulcorantes? Con todos mis respetos, la pastilla
que uno toma de estevia muy natural no es (no es un formato propio de
la naturaleza), y la planta estoy seguro que muy dulce tampoco debe
de ser.
Además, es importante
resaltar que la ingesta diaria admisible de la
estevia es mucho menor que la del resto de edulcorantes (10 veces
menos que el aspartamo) es decir, a dosis más bajas que el
aspartamo podría ser más tóxica (¡Que
sorpresa!). Para quien lo dude, le convido a leer la reglamentación
(4). Desde el punto de vista de seguridad alimentaria, los
edulcorantes artificiales están bastante controlados
por la Comisión Europea y la EFSA (European Food Safety Authority – Autoridad Europea de
Seguridad Alimentaria) en cuanto a aspectos de toxicidad, con unos
criterios muy rigurosos que nos pueden mantener tranquilos en cuanto lo
“dañino” de ellos.
Si bien este tipo de
efectos fisiológicos que se plantean con este estudio podrían
estudiarse quizás más, es importante tener en cuenta muchos otros
factores a la hora de hablar de este tipo de asuntos en nutrición,
básicamente porque nuestra alimentación se basa en una mezcla de
muchos alimentos con muchos componentes que interaccionan entre sí
(y no solo de uno como fueron alimentados estos ratones), y que
muchas de estas interacciones son difíciles de determinar a grandes
escalas como es el ser humano. Quizás esto responda de alguna manera
a lo que se mencionaba en una de las fuentes de prensa (supuestamente
por parte del investigador responsable): (…) ha admitido que
“durante años he estado tomando grandes cantidades de café y
consumiendo edulcorantes pensando que no eran perjudiciales y
personalmente he tomado la decisión de dejar de consumirlos”.
No parece razonable que se promulguen este tipo de comentarios que
puedan inducir a malas concepciones anticipadas en la población
sobre los alimentos, más aún cuando hay presentes tantas tendencias
y modas sin una base sustentable. Hablar de nutrición no es fácil,
y menos aún dar consejo, porque se deben tener en cuenta muchos
factores, y obviamente (como oí una vez de pequeño) todo exceso es
un error; es decir, el problema no está en la cosa en sí, sino en
el uso que se le puede dar… y tal como decía en su momento
Paracelso, “la dosis hace al veneno”. No hay más declaraciones
su señoría.
Jonathan Hernández
Dietista-Nutricionista
Bibliografía:
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