Las
relaciones y decisiones forman parte del día a día en nuestras
vidas. Desarrollamos distintos tipos de vínculos hacia las personas
con las que nos relacionamos y constantemente se nos presentan
situaciones en las que debemos acotar alguna decisión u otra. A
causa de esto, en ocasiones nuestras relaciones no resultan ser a lo
largo del tiempo aquello que con expectativas y sueños habíamos
planteado… y por cosas que tiene la vida, no todo siempre acaba
color de rosa. Y si en cuanto a las relaciones personales nos
equivocamos, en nuestra relación con la alimentación en ocasiones
tampoco tomamos la mejor decisión para el futuro, ya que, en cierto
modo, también creamos vínculos con los alimentos que tenemos en
nuestro entorno.
¿Cuántas veces habrás
oído la frase (o una similar) “pero, ¿los carbohidratos no
engordan”? Para vuestra tranquilidad, los carbohidratos no
engordan… engorda quien los come… y seguramente por hacerlo en
exceso. No obstante, el control de peso tiene más candidatos a
posibles culpables que un mero componente de la dieta, como viene a
ser el caso de una alimentación desequilibrada o de pobre calidad,
el sedentarismo o la poca actividad física a diario, enfermedades o
situaciones fisiológicas de cambios hormonales, etc. Aun así, esta
especie de miedo a los carbohidratos se lleva reflejando muchas veces
en algunos tipos de dietas que se plantean para cada temporada
veraniega, ya se les quiera llamar dieta Dukan, hiperproteica o
cualquier nombre que resulte más cómodo para cada uno. Tampoco es
de extrañar que se tenga un rechazo similar a otros componentes como
las grasas, por ejemplo, al ser otro de los nutrientes energéticos
que nos aporta la dieta. Sin embargo, tanto el grupo de los
carbohidratos como el de las grasas tienen unos cuantos integrantes
que no son iguales en sus efectos sobre el organismo.
Los carbohidratos se
encuentra en muchos alimentos y en diversas cantidades, exceptuando
carnes, pescados, huevos, aceites y grasas sólidas (como la mayoría
de nutrientes: por eso la nutrición viene a ser como un juego de
piezas). Entre varias funciones, su papel principal es contribuir a
mantener unos niveles adecuados de glucemia en sangre (o
concentración de glucosa en sangre) para que algunos órganos, que
sólo pueden usar glucosa como combustible, puedan “ir en marcha”.
La glucosa en sí misma no es un nutriente esencial para el
organismo, es decir, que no necesita ser incorporada “tal cual” a
la dieta, ya que puede ser obtenida de carbohidratos complejos y
sintetizada a partir de algunos aminoácidos (pero en ningún caso de
las grasas). En esto se basan las dietas hiperproteicas en su
conjunto, quitan carbohidratos, y provocan una situación que no es
la más idónea para parte de nuestra maquinaria como el hígado y el
riñón. ¿Por qué esto y con estos órganos? Pues porque
básicamente son los que trabajan en la metabolización (o cambios) y
en la eliminación de los aminoácidos (que vendrían a ser las
perlas que forman el collar de proteínas)… y si les damos más
aminoácidos, más trabajo deben hacer y más “estresados y
saturados” irán… ¿o no nos pasa a nosotros también a nivel
laboral? Por tanto, la relación hiperproteína-salud no es muy
idílica y tarde temprano acabará en crisis y en ruptura.
En
el colegio nos hacían a veces preguntas del tipo comparativas con
los pesos, como por ejemplo, si pesaba más un kilo de acero que un
kilo de plumas, y según a partir de qué edad que tuviésemos
resultaba más sencillo o evidente responder a la pregunta con
acierto, pero… a pesar de que pesan lo mismo, o cuantitativamente
son equivalentes, en calidad no lo son, ya que los dos materiales son
distintos; pues con los carbohidratos en este caso pasa algo similar.
Respecto a la calidad de los carbohidratos existen dos grupos: los
complejos y los sencillos.
Los carbohidratos sencillos son los más pequeños en su
estructura (azúcares como glucosa, fructosa, galactosa, sacarosa,
lactosa, etc.) y se absorben más rápido a nivel intestinal y, por
tanto, llegan antes a la sangre en forma de glucosa principalmente…
pero cuanto más rápido llegan
a la sangre, más rápido se van. Esto produce subidas y
bajadas bruscas de glucosa en la sangre que no favorecen nada nuestro
metabolismo. Sin embargo, los carbohidratos complejos también llegan
como glucosa a la sangre pero de forma más paulatina (los más
rápidos los que provienen de alimentos refinados y los más lentos
los que provienen de alimentos integrales). Al tardar un poco más en
llegar y circular de manera más constante por la sangre, como
deberían ir los coches en una carretera, producen una respuesta
metabólica mejor. De esta manera, no será lo mismo que de la
energía que consumimos en forma de carbohidratos pesen más los
carbohidratos complejos a que pesen más los sencillos, estos últimos
deben tomarse en pequeñas cantidades (procedentes preferentemente de
frutas, verduras y algún otro alimento que los contenga de forma
natural). Y lo que es muy importante, en su conjunto deben tomarse en
la cantidad necesaria (ajustada a cada persona), pues el exceso será
almacenado por el cuerpo convirtiéndolos en grasa
y hospedándose bajo el famoso michelín.
Así, en realidad todo es
cuestión de equilibrio y de evitar excesos, igual que en otros
ámbitos de la vida. Los carbohidratos no tienen porqué eliminarse
de la dieta, pero sí tomarlos de forma adecuada, siendo mejor los
carbohidratos complejos procedentes por ejemplo de pan integral,
cereales integrales o legumbres y los sencillos de frutas, verduras o
miel, evitando alimentos con azúcares añadidos. En la alimentación
se trata de disfrutar de lo que comemos y compartimos, actuando con
algo de conocimiento y buenas decisiones día a día.
Jonathan Hernández
Dietista-nutricionista
@jhernasa19