miércoles, 3 de abril de 2013

¿COMES LO QUE NECESITAS?


¿Como mucho?, ¿Como poco?, ¿Como bien? Habitualmente no nos planteamos demasiado estas preguntas, pues comemos según los hábitos alimentarios que hemos adquirido a lo largo de nuestra vida. Tan sólo en situaciones específicas prestamos un poco más de atención a los alimentos que vamos a tomar, con el objetivo de mejorar nuestra nutrición, por ejemplo en el embarazo, en el deporte o en la pérdida de peso.

Nuestra forma de alimentarnos está condicionada por varios factores: lo que nos han enseñado, los hábitos adquiridos, los gustos personales y los condicionantes externos a nuestro alrededor. Si somos adultos, poco podemos hacer ya sobre lo que nos han enseñado, eso ya está hecho. Los gustos personales se construyen principalmente en la infancia y la adolescencia, pero por suerte podemos educar a nuestro paladar durante toda la vida, solo hay que darle oportunidades para probar. El contexto que nos rodea dificulta muchas veces las opciones de elección, las raciones o el tipo de alimentos que se nos ofrecen en los contextos lúdicos son un ejemplo, ¿quien va a comprar una ración pequeña de palomitas si la mediana o la grande vale casi lo mismo? Es que si escoges la pequeña, hasta la dependienta te mira raro! Y sobre los hábitos adquiridos sí podemos actuar, podemos mejorar nuestra alimentación, el cambio es posible, aunque en principio parezca lo más complicado de todo. La clave está en nuestra mente!

En nuestro cerebro se controlan las funciones del gusto y del olfato, que son las más directamente relacionadas con la toma de alimentos. El gusto es un sentido que, al igual que en el resto de animales, nos sirve para detectar sustancias químicas peligrosas para nuestra salud. Lo que ocurre es que ya hace muchos años que el ser humano dejó de utilizar esta función por consumir alimentos conocidos y preparados por él mismo. Además de esto, en las primeras etapas de la vida, el sabor dulce es el que se reconoce como seguro, pues es el primero aprendido durante la lactancia materna. Posteriormente cuando somos niños vamos aprendiendo a aceptar otros sabores. No son en vano entonces las caras divertidas de los bebés cuando prueban por primera vez la fruta, con su acidez, o la verdura, con su toque insípido comparada con la leche. Por suerte nuestro cerebro aprende a aceptar los alimentos con diferentes sabores, y ese proceso de aprendizaje nos suele resultar placentero, con lo que disfrutamos probando una nueva receta, un nuevo restaurante o una nueva cultura. Cocinamos y elaboramos los alimentos para deleitar al gusto, por tanto este sentido y su relación con lo psicológico es muy importante. El placer es muy importante.

Lo que sí nos preguntamos a menudo es, ¿por qué me gusta lo que no me conviene? Tiene dos explicaciones básicas. La primera es que la tendencia natural de nuestro organismo es tener cierta afinidad por los alimentos más calóricos, dulces y ricos en grasas, debido a que aún funcionamos con los “genes ahorradores”, esos que hacen que el cuerpo guarde reservas para las épocas de escasez. La cuestión es que en nuestro contexto actual, en países desarrollados, este mecanismo ahorrador no nos sirve de mucho y nos hace engordar. La otra explicación es que probablemente no hemos educado lo suficiente a nuestro paladar, y no le hemos acostumbrado a disfrutar de lo que es saludable. ¿No lo crees? Cuando una persona cambia sus hábitos alimentarios y los hace más sanos, difícilmente vuelve hacia atrás. Y la buena noticia es que siempre estamos a tiempo para aprender disfrutando de la comida.

Y, ¿qué hacemos con el entorno que nos ofusca? La información y el conocimiento son las mejores herramientas para que el contexto no sea una limitación para comer bien. A partir de ahí podremos realizar elecciones saludables, decidir qué voy a tomar y qué no, y decidir también cuánta cantidad es la que quiero. El cuerpo es muy sabio y la mente muy poderosa. Debemos escuchar a nuestro organismo, si tiene hambre o ansiedad, si ya está lleno después de una comida o si ya está saciado, todo son matices, pero las pequeñas diferencias en la alimentación del día a día, llevan al gran cambio. Esto es aplicable también a esos momentos en los que nos ponemos a dieta para perder unos kilos. Si restringimos mucho las calorías que vamos a tomar, nuestro organismo notará una gran diferencia que no entenderá como nosotros, y reclamará comer más, provocando más sensación de hambre y encima más almacenamiento de reservas “por si acaso”. Nuestra mente también tiene un gran poder en esta situación, si nos privamos de algo en gran medida, no haremos otra cosa que desearlo. Por eso, lo que funciona son los pequeños cambios y siempre de forma paulatina. Igual pasa cuando un niño debe aprender a comer, no conseguiremos que, si no come nada de fruta o verdura, cambie de un día para otro, hay que ir despacio.

Todo es tan complicado o tan fácil como lo queramos enfocar. En Gana Nutrición nos decantamos por la opción fácil. El truco para una alimentación saludable está en comer de todo, muy variado y sobre todo disfrutar. Si hay placer aprendemos rápido a comer bien!

No hay comentarios: