¿Como mucho?, ¿Como poco?, ¿Como
bien? Habitualmente no nos planteamos demasiado estas preguntas, pues
comemos según los hábitos alimentarios que hemos adquirido a lo
largo de nuestra vida. Tan sólo en situaciones específicas
prestamos un poco más de atención a los alimentos que vamos a
tomar, con el objetivo de mejorar nuestra nutrición, por ejemplo en
el embarazo, en el deporte o en la pérdida de peso.
Nuestra forma de alimentarnos está
condicionada por varios factores: lo que nos han enseñado, los
hábitos adquiridos, los gustos personales y los condicionantes
externos a nuestro alrededor. Si somos adultos, poco podemos hacer ya
sobre lo que nos han enseñado, eso ya está hecho. Los gustos
personales se construyen principalmente en la infancia y la
adolescencia, pero por suerte podemos educar a nuestro paladar
durante toda la vida, solo hay que darle oportunidades para probar.
El contexto que nos rodea dificulta muchas veces las opciones de
elección, las raciones o el tipo de alimentos que se nos ofrecen en
los contextos lúdicos son un ejemplo, ¿quien va a comprar una
ración pequeña de palomitas si la mediana o la grande vale casi lo
mismo? Es que si escoges la pequeña, hasta la dependienta te mira
raro! Y sobre los hábitos adquiridos sí podemos actuar, podemos
mejorar nuestra alimentación, el cambio es posible, aunque en
principio parezca lo más complicado de todo. La clave está en
nuestra mente!
En nuestro cerebro se controlan las
funciones del gusto y del olfato, que son las más directamente
relacionadas con la toma de alimentos. El gusto es un sentido que, al
igual que en el resto de animales, nos sirve para detectar sustancias
químicas peligrosas para nuestra salud. Lo que ocurre es que ya hace
muchos años que el ser humano dejó de utilizar esta función por
consumir alimentos conocidos y preparados por él mismo. Además de
esto, en las primeras etapas de la vida, el sabor dulce es el que se
reconoce como seguro, pues es el primero aprendido durante la
lactancia materna. Posteriormente cuando somos niños vamos
aprendiendo a aceptar otros sabores. No son en vano entonces las
caras divertidas de los bebés cuando prueban por primera vez la
fruta, con su acidez, o la verdura, con su toque insípido comparada
con la leche. Por suerte nuestro cerebro aprende a aceptar los
alimentos con diferentes sabores, y ese proceso de aprendizaje nos
suele resultar placentero, con lo que disfrutamos probando una nueva
receta, un nuevo restaurante o una nueva cultura. Cocinamos y
elaboramos los alimentos para deleitar al gusto, por tanto este
sentido y su relación con lo psicológico es muy importante. El
placer es muy importante.
Lo que sí nos preguntamos a menudo es,
¿por qué me gusta lo que no me conviene? Tiene dos explicaciones
básicas. La primera es que la tendencia natural de nuestro organismo
es tener cierta afinidad por los alimentos más calóricos, dulces y
ricos en grasas, debido a que aún funcionamos con los “genes
ahorradores”, esos que hacen que el cuerpo guarde reservas para las
épocas de escasez. La cuestión es que en nuestro contexto actual,
en países desarrollados, este mecanismo ahorrador no nos sirve de
mucho y nos hace engordar. La otra explicación es que probablemente
no hemos educado lo suficiente a nuestro paladar, y no le hemos
acostumbrado a disfrutar de lo que es saludable. ¿No lo crees?
Cuando una persona cambia sus hábitos alimentarios y los hace más
sanos, difícilmente vuelve hacia atrás. Y la buena noticia es que
siempre estamos a tiempo para aprender disfrutando de la comida.
Y, ¿qué hacemos con el entorno que
nos ofusca? La información y el conocimiento son las mejores
herramientas para que el contexto no sea una limitación para comer
bien. A partir de ahí podremos realizar elecciones saludables,
decidir qué voy a tomar y qué no, y decidir también cuánta
cantidad es la que quiero. El cuerpo es muy sabio y la mente muy
poderosa. Debemos escuchar a nuestro organismo, si tiene hambre o
ansiedad, si ya está lleno después de una comida o si ya está
saciado, todo son matices, pero las pequeñas diferencias en la
alimentación del día a día, llevan al gran cambio. Esto es
aplicable también a esos momentos en los que nos ponemos a dieta
para perder unos kilos. Si restringimos mucho las calorías que vamos
a tomar, nuestro organismo notará una gran diferencia que no
entenderá como nosotros, y reclamará comer más, provocando más
sensación de hambre y encima más almacenamiento de reservas “por
si acaso”. Nuestra mente también tiene un gran poder en esta
situación, si nos privamos de algo en gran medida, no haremos otra
cosa que desearlo. Por eso, lo que funciona son los pequeños cambios
y siempre de forma paulatina. Igual pasa cuando un niño debe
aprender a comer, no conseguiremos que, si no come nada de fruta o
verdura, cambie de un día para otro, hay que ir despacio.
Todo es tan complicado o tan fácil
como lo queramos enfocar. En Gana Nutrición nos decantamos por la
opción fácil. El truco para una alimentación saludable está en
comer de todo, muy variado y sobre todo disfrutar. Si hay placer
aprendemos rápido a comer bien!
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